Estonia es incuestionablemente un caso de éxito dentro de la Eurozona. A comienzos de este siglo, su renta per cápita era de 15.370 dólares internacionales, prácticamente la mitad de la de España (30.350) y un 40% inferior a la de Portugal y Grecia (que oscilaban entre 25.600 y 25.800 dólares internacionales). En la actualidad, la renta per cápita de Estonia se ha más que duplicado, hasta los 31.200 dólares internacionales, y supera en un 17% a la de Grecia, en un 7,5% a la de Portugal y solo se ubica un 12% por debajo de la de España.
Parte de este espectacular comportamiento de Estonia se debe a su sistema impositivo. Como nos ha recortado recientemente la Tax Foundation en su informe de ‘Competitividad fiscal’ de 2019, Estonia cuenta con el mejor sistema impositivo del mundo (y ya es el sexto año consecutivo que ocupa semejante posición), en esencia, por tres razones:
- Impuesto sobre sociedades: Estonia no solo grava con un 20% los beneficios generados por las empresas, sino que —mucho más importante— únicamente los grava cuando son distribuidos a sus accionistas y, por tanto, no cuando son reinvertidos internamente para incrementar la capacidad productiva de la compañía. Además, y precisamente porque los beneficios distribuidos ya han abonado el impuesto sobre sociedades, los dividendos distribuidos por las empresas a sus accionistas están exentos de tributar. Adicionalmente, y también muy a destacar, las empresas pueden compensar los impuestos adeudados sobre sus beneficios distribuidos en el presente tanto contra sus pérdidas pasadas (si la compañía experimentó pérdidas en el pasado, la positiva base imponible presente se compensa con la negativa base imponible pasada) como contra sus pérdidas futuras (si la compañía experimenta pérdidas en el futuro y pagó impuestos sobre sus beneficios en el pasado, se le reintegran los impuestos abonados hasta compensar las bases imponibles negativas).
- Impuesto sobre la renta: Estonia disfruta de un tipo impositivo único en el IRPF del 20%; es decir, todos los trabajadores del país abonan el mismo tipo impositivo nominal (que, además, es igual al tipo nominal de sociedades, reduciendo los incentivos a la simulación societaria). Esto no significa, empero, que todos los trabajadores abonen el mismo tipo efectivo, dado que existen deducciones y bonificaciones fiscales que benefician especialmente a las rentas más bajas. Por ejemplo, el tipo efectivo de un salario de 800 euros mensuales es de apenas el 5%; el de uno de 1.500 euros mensuales ya asciende al 11,1%, y solo a partir de 2.000 euros ya entramos en un tipo efectivo plano del 14,41%.
- Impuesto sobre bienes inmuebles: los impuestos sobre la propiedad suelen considerarse los que menos distorsionan el comportamiento de los agentes económicos, en tanto en cuanto estos no disponen de demasiado margen de maniobra para reaccionar (los bienes inmuebles no pueden abandonar el país). Sin embargo, cuando los impuestos sobre la propiedad gravan no solo el valor del suelo sino también el de las estructuras construidas sobre el suelo, sí existe un cierto margen de maniobra para reaccionar: en particular, los agentes pueden reducir su inversión en vivienda o en edificios empresariales. Conscientes de ello, el IBI de Estonia solo grava el valor del suelo, eximiendo consecuentemente del impuesto a la inversión en estructuras (residenciales y no residenciales) que se efectúen dentro del país.
La fiscalidad del impuesto sobre sociedades, de los dividendos y del IBI minimiza la penalización sobre la inversión empresarial, mientras que la tarifa plana en el impuesto sobre la renta minimiza la penalización sobre la inversión en capital humano. Es decir, Estonia es un territorio tributariamente amigable hacia el ahorro y la inversión: acaso por ello, la tasa de ahorro nacional ha promediado el 25,2% del PIB durante las últimas dos décadas, frente al 22,7% de Francia, el 21,6% de España, al 19,5% de Italia, el 14,7% de Portugal y el 12,4% de Grecia; y, a su vez, Estonia también ha disfrutado durante los últimos 20 años de una inversión interna muy superior a la de otros países europeos: del 29,2% del PIB, frente al 24,6% de España, el 22,5% de Francia, el 20,7% de Portugal, el 19,6% de Italia o el 18,8% de Grecia. Incluso Alemania, que ha contado con una tasa de ahorro interno mayor que la de Estonia (25,5% del PIB), palidece en términos de inversión frente al país báltico (20,1% del PIB).
Más ahorro se ha traducido en más inversión y más inversión, en mayor crecimiento económico. Y no pensemos, además, que el diseño de su sistema impositivo implica necesariamente mermas recaudatorias —los ingresos públicos de Estonia son superiores a los de España: 40,1% del PIB frente a 38,8%— o dinámicas profundamente desigualitarias —el índice Gini de Estonia se ha reducido desde un valor de 36 en el año 2000 a uno de 30,6 en la actualidad, por debajo de Italia, España, Grecia, Portugal y Alemania—.
En definitiva, ahora que el Gobierno de PSOE-Podemos parece empeñado en modificar el sistema tributario español para “acercarnos a Europa”, bien podría acercarnos al sistema fiscal de uno de los países europeos más exitosos de las últimas dos décadas: Estonia.
Fuente: ElConfidencial.com