La defensa de la dignidad del sector cultural ha sido una lucha fundamental para la calidad democrática de nuestro país. Salvaguardar los derechos básicos de un sector claramente denostado en lo jurídico y en lo social, se hace ahora imperativo para impulsar y profesionalizar a todas las trabajadoras culturales.
La entrada en vigor del llamado Estatuto del Artista cumple diferentes reclamaciones históricas de la cultura española: la prestación especial por desempleo para artistas y técnicos de las artes escénicas, audiovisuales y musicales; la mejora de la compatibilidad de la pensión de jubilación con la actividad artística; y la cotización especial para artistas autónomos, cuyos rendimientos netos anuales no superen los 3.000 euros. Si bien es un gran paso, resulta todavía insuficiente para proteger de una forma eficaz a las trabajadoras de la cultura.
De hecho, ha pasado desapercibida la creación de nuevos epígrafes del IAE específicos para la cultura. Concretamente, en la sección segunda del IAE, relativa a las actividades profesionales, dentro del grupo 86, «de profesiones liberales, artísticas y literarias”, se crea el nuevo epígrafe 864, para escritores y guionistas; y el nuevo epígrafe 869. Este último, llamado de “otros profesionales relacionados con las actividades artísticas y culturales no clasificadas en la sección tercera», es de una importancia sustancial e histórica para el sector de las artes visuales y plásticas.
Con esta medida, ya no estarán incluidos los artistas visuales y plásticos en el epígrafe 899, llamado “cajón de sastre” por juristas y expertos del sector, y dirigido a todo tipo de profesionales de otros sectores diferentes, como las actividades de consultoría.
Al incluirse los artistas visuales en un epígrafe específico dentro del ámbito artístico y cultural, podremos saber cuántos profesionales, que no son autores en sentido estricto, están dados de alta en este sector.
Para dotar de seguridad jurídica y garantías legales básicas a las trabajadoras del sector cultural, la primera y más importante medida es generar un censo fiel de las profesionales de la cultura. Es el primer paso para generar un panorama transparente y poder luchar contra sus carencias.
Si bien la mayor parte de los artistas visuales siguen incluidos en el epígrafe 861, de «pintores, escultores, ceramistas, artesanos, grabadores y artistas similares”, que pertenece a la sección segunda, de “actividades profesionales”, y no a la sección tercera, de “actividades artísticas”, se ha aprobado una reducción de la retención del 15% al 7% para autónomos dados de alta en el 861, que permita de dotar de mayor liquidez a unas trabajadoras tradicional y excepcionalmente precarias.
En la misma línea, aunque con menor incidencia por lo infrecuente de la contratación laboral en el sector de las artes visuales, se reduce la retención del 15% al 2% para artistas contratados bajo la relación laboral especial del Real Decreto 1435/1985 en contratos de duración inferior a un año.
Si bien casi todas las medidas afectan a la contratación mercantil, se celebra que esta norma siente un precedente notorio al incidir, de forma puntual, en la regulación laboral. La gran mayoría de las artistas visuales y plásticos de nuestro país trabajan sin contrato, ya sea mercantil o laboral, y, por tanto, es fundamental sentar las bases de su reconocimiento profesional.
Aún quedan pendientes cuestiones muy importantes, como las fiscales (el tratamiento de los rendimientos irregulares y los gastos deducibles o la posibilidad de consideración de la venta de obra de arte como trasmisión patrimonial), la representatividad y la negociación colectiva, los aspectos relacionados con el sistema educativo y la formación, etcétera.
Sin embargo, con estas medidas aprobadas, y las creaciones de las comisiones de intermitencia en los sectores artísticos y de las enfermedades profesionales que afectan a las trabajadoras culturales, podemos asegurar que la dignidad y el reconocimiento profesional de todas las que formamos parte de este heterogéneo sector está más que cerca que nunca.
Fuente: Cinco Días