La experiencia de una exsecretaria de Estado de Cambio Climático (2008-2011) y coordinadora del Consejo Asesor para la Transición Ecológica de la Economía del Partido Socialista nos permite conocer las últimas tendencias ambientales en España y fuera de nuestras fronteras. De discurso inspirador a la vez que esperanzador, su preocupación y compromiso por el planeta lleva a Teresa Ribera a dirigir el Instituto de Desarrollo Sostenible y Relaciones Internacionales de Paris (IDDRI) desde junio de 2014, desde donde estudia y anticipa los desafíos del cambio climático. Critica que esta agenda global «complicada por atractiva», pase a un segundo plano en España, y admite que pese a la importante capacidad de acogida en la gente, todavía existe cierta renuencia a coger de lleno las riendas del cambio y asegura que lo más difícil es vencer la inercia y el cortoplacismo.
¿Cómo es la labor que desempeñas en el Instituto de Desarrollo Sostenible y Relaciones Internacionales de París (IDDRI)?
Es un centro pequeñito que intenta anticipar y entender cuáles pueden ser las grandes tendencias y problemas en la agenda global europea y francesa en materia de sostenibilidad. Trabajamos en cuatro grandes ámbitos: clima y energía, biodiversidad, agricultura y bosques, gobernanza y océanos. Trabajamos en temas de política fiscal, de nueva prosperidad, con la digitalización de la economía en el proceso social, sobre cómo gobernar con los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU en los presupuestos o en la acción de Gobierno. Intentamos entender cuáles son los cuellos de botella, las limitaciones en política doméstica de todos los actores, pensar de qué modo se pueden resolver y hacer propuestas, como con el Acuerdo de París.
¿Echa de menos que en España haya un organismo así?
La verdad es que sí, creo que en España nos jugamos mucho, presentamos datos muy preocupantes en la agenda de sostenibilidad en indicadores sociales. Sería muy bueno poder contar con instituciones que se puedan permitir poder trabajar, entender, anticipar y proponer con total libertad para alimentar el debate público y el orientado a la toma de decisiones. En España hay muchas cosas que hacemos bien y estaríamos preparados para hacer mejor y no nos damos cuenta, y otras que en ocasiones tienen que ver con la reflexión a corto y medio plazo y no se incorporan de manera habitual en nuestro análisis. Las bases del problema y las consecuencias son suficientemente serias como para que los españoles le dediquemos más tiempo del que corresponde. Te das cuenta de que las intuiciones están ahí, la gente siente, reacciona frente a la evolución de los últimos años, pero también con la sequía, o la energía. El germen de todo eso está ahí pero no estamos alimentado las buenas pistas sobre cómo facilitar ese debate.
No se está explicando bien desde las instituciones…
No se está explicando bien. En términos de agenda pública y explicaciones todavía tenemos una dependencia muy fuerte de qué es lo que opinan y cómo se posicionan los líderes, tanto políticos como empresariales. La agenda de sostenibilidad la han despreciado y la han considerado de segundo grado y probablemente es la que mejor explica sus propias dificultades para el resto de la agenda.
Como exsecretaria de Estado de Cambio Climático, ¿es tan difícil hacer las cosas bien en esta lucha?
Lo más difícil es vencer la inercia y el cortoplacismo. El miedo a que el cambio nos origine situaciones complicadas, exclusión, perdedores y ganadores y que nos pille del lado de los perdedores y no de los ganadores hace muy difícil vencer esas resistencias, por tanto yo creo que esa pedagogía y ese debate público sobre cuáles son los niveles de riesgo que estamos dispuestos a admitir y cómo podemos ir orientando el proceso de cambio es fundamental. Yo creo que lo más difícil es eso, tener presente que esta no es un agenda que pretenda incordiar y molestar, sino una agenda racional que lo que pretende es identificar de qué modo podemos asegurar el mejor progreso posible en las décadas por venir.
El Gobierno anunció un paquete de medidas para luchar contra el cambio climático, tres transposiciones de Directivas europeas para proteger el Medio Ambiente en 2018, y además, aprobó un Real Decreto Ley en Materia de Divulgación de Información no Financiera que obliga a grandes empresas a informar de su acción por el medio ambiente. Teniendo en cuenta que no tenemos una Ley de Cambio Climático fuerte, ¿cree que es suficiente?
El Gobierno hace este enuncio en el contexto de la obligación que se deriva de Basilea III y de las obligaciones de los reportes sobre información no financiera de las empresas y plantea el enfoque más tímido y prudente, con respecto a las posibles opciones. En Francia hace ya dos años que las empresas que cotizan en bolsa y las incluidas en el sector financiero han de reportar obligatoriamente sobre riesgo asociado a clima e intensidad de carbono y estrategias para reducir estos riesgos. Ha sido el instrumento más rompedor y revolucionario de cara a que las empresas se reposicionen con respecto a sus propias estrategias. Es verdad que entender cómo pueden evolucionar estos riesgos y darse cuenta tan rápidamente de que el mayor riesgo es no entenderlo, es fundamental. El Gobierno ha hecho una aproximación muy tímida, yo creo que hay recorrido para hacer mucho más. Me parece que sería muy bueno que el Banco de España incorporara en su informe anual sobre el Estado de la Economía Española una primera aproximación sobre la incidencia como riesgo sistémico para la economía el hecho de una existencia física de impactos del cambio climático. Quedarnos en la parte más light de la tabla no necesariamente nos ubica mejor, porque va a hacernos retrasar ese proceso de aprendizaje de los principales actores de la economía española.
¿Qué ocurre con la política fiscal en la lucha del cambio climático?
Tenemos un sistema fiscal del siglo XX, en el que la principal fuente de ingresos y valor era el empleo. Sin embargo, las manifestaciones de riqueza son otras, son activos de capital, accesos a beneficios ambientales que muchos de ellos conllevan socialización de costes, bien porque no hay ingresos para los demás o porque destruimos los activos físicos ambientales. Hay que repensar el sistema fiscal y adecuarlo a las necesidades, hay que incentivar los comportamientos correctos y desincentivar comportamientos incorrectos sabiendo que durante mucho tiempo los que van a tener más difícil moverse son los que menos recursos van a tener para moverse, por lo tanto hay un elemento de equidad y de inclusión que hay que tener en cuenta. En el fondo las señales fiscales y regulatorias son las más potentes. Si el sistema está bien diseñado permite incentivar que los fondos de inversión estén destinados a aquello que nos parece que es el futuro y lo saquemos de aquello que nos lastra.
¿De qué países deberíamos aprender?
Nadie lo ha completado todo, pero hay muchas cosas de las que aprender de países que te lo esperas menos, como Costa Rica. Hay experiencias interesantes en el modelo nórdico en general sobre cómo resolver cuestiones de transporte y movilidad. Los noruegos han sido muy valientes en la fabricación de coches. Volvo ya ha anunciado que no va a fabricar más con motor de combustión, o en las ciudades danesas que a pesar del frío es rarísimo ver un coche y una gran parte de la población no es propietaria de uno. Hay una demanda social y un patrón cultural diferente acompañado de una excelente calidad de los servicios de transporte. Hay una reorganización del planteamiento de las prioridades sociales notable. El modelo británico tenía un problema grande de la salud pública en el área metropolitana de Londres. La apuesta por la recuperación del espacio público en favor de los peatones es una apuesta esencial en su transformación. Pensaron que si el sistema financiero es la sangre del modelo capitalista, de qué modo se podía usar ese cambio para modernizarlo, descubrir las oportunidades y diseñar herramientas que permitieran dar las señales adecuadas a los inversores. Francia está intentando hacerlo con su industria. Se han dado cuenta de que es una gran baza política, es la modernización de la economía a escala mundial y la revolución de la geopolítica, donde se entiende que hay una recuperación de espacio para Europa, y Francia quiere capitanear. Alemania lo hace en la parte de innovación tecnológica y sin embargo le está costando, porque tenía un lastre muy fuerte con el carbón y una industria muy potente en el automóvil que representa cómo muere una industria como la del automóvil por el éxito del motor de combustión. De todo esto podríamos aprender un poco. Aquí fabricamos muchos coches y damos mucho dinero público para subvencionar su compra. ¿Estamos asegurando que haya un proceso de reconversión para que los coches que se ponen a la venta en el mercado sean los que se van a demandar? ¿O nos estamos quedando en subvencionar un modelo del pasado que tiene poco recorrido donde la gente se puede quedar con una mano delante y otra detrás? En esta agenda el factor tiempo es capital, lo peor es esa estrategia de que lo urgente es esperar a ver si por algún azar o milagro alguien me resuelve el problema.
¿Qué supone que Trump quiera sacar a EEUU del Acuerdo de París?
Te contesto como lo hace John Kerry: «Lo que hace Trump va en contra del interés de EEUU, de la economía, la ciencia e incluso en contra del sentido común». Esto ha generado una reacción imprevista, una división de la sociedad, donde una parte prefiere una mentira razonablemente reconfortante que a una verdad que sea incómoda, muy incierta y complicada. La otra parte reivindica que EEUU siga presente, en las conferencia de clima se puede leer pancartas de «We are still in».
Fuente: ElEconomista.es