Aunque el tercer trimestre mejoró, la incertidumbre golpea a hogares y empresas.
La economía británica ha dado un respiro a tiempo para ultimar el Presupuesto que el 22 de noviembre se presenta en el Parlamento, pero las sombras aumentan en un horizonte en el que el Brexit atenaza los bolsillos de los hogares y las hojas de balance de las empresas. El tercer trimestre registró un PIB mejor de lo anticipado, un 0,4 por cierto, por encima del saldo de los seis meses anteriores, sí, pero las buenas noticias acaban ahí para los responsables de resolver la ecuación entre estímulos de gasto para una economía en la encrucijada y necesidad de contención para evitar mancillar la confianza en una potencia con un crecimiento cada vez más inquietantemente por debajo de las demás plazas avanzadas.
De ahí que, pese a la presión de sus compañeros de gabinete, el ministro del Tesoro prevea mantener el conservadurismo fiscal. Con las negociaciones de salida de la Unión Europa estancadas y, de acuerdo con el presidente del Consejo, a expensas de Reino Unido, el país profundiza en territorio desconocido. Los retos no dan tregua y arrancan esta misma semana con la reunión del Banco de Inglaterra que podría decidir la primera subida de intereses en más de diez años.
El dilema no es sencillo: la inflación se ha disparado desde el referéndum del pasado año, un riesgo que obliga a intervenir en materia de política monetaria, pero la evidente ralentización general, el constatado recorte de sueldos y la elevada dependencia de los servicios podrían hacer que un aumento de tipos, incluso uno menor, provocase perniciosas consecuencias.
Aunque la City apuesta ya a un 80 por ciento a que Mark Carney y compañía pondrán fin a la vigencia de mínimos históricos, la conveniencia del movimiento en un contexto de máxima incertidumbre y a 20 días de la presentación de unas cuentas cruciales genera lógicas suspicacias. La confianza de los negocios y los ingresos de las familias se contraen cada mes y el bloqueo de las conversaciones del divorcio no hace más que contribuir a los nubarrones que se ciernen sobre un país que, a un año del plazo marcado para alcanzar un acuerdo con Bruselas que permita tiempo para aprobarlo en los sucesivos parlamentos, ignora no solo los cimientos de su futura relación comercial con el mercado único, sino las bases mismas de la transición a la que aspira antes de navegar en solitario.
Si algo han evidenciado los indicadores económicos de los últimos meses es que las expectativas raramente son alcanzadas, es más, de manera habitual la realidad queda por debajo de las estimaciones anticipadas por los analistas. El alza de los precios está modificando las conductas de gasto de los consumidores y los empresarios hallan progresivas dificultades debido al aumento del coste de las importaciones que ha provocado la dramática devaluación de la libra. Por si fuera poco, la falta de avances en materia de Brexit los ha disuadido de invertir y las últimas manifestaciones de Theresa May, quien el pasado lunes descartaba transición sin consenso en materia comercial antes de la salida efectiva, en marzo de 2019, no han hecho más que aumentar el desasosiego.
De momento, la caída de los salarios ha sido de un 0,4 por ciento en el año transcurrido hasta abril, según datos de la Oficina Nacional de Estadística (ONS, en sus siglas en inglés), el primer descenso en tres años, resultado de un IPC en cabalgada libre. Uno de los efectos colaterales se ha producido en las ventas minoristas, que han experimentado la mayor reducción mensual desde el clímax de la recesión, en 2009. Análisis de la patronal británica evidencia que un 50 por ciento de los comercios han sufrido un declive y la mayoría considera la incertidumbre sobre el Brexit como el factor fundamental, dado su peso sobre la confianza del consumidor.
Fuente: ElEconomista.es